 Harry G. Frankfurt, profesor de filosofía en        Princeton, al que admiro sin conocerlo personalmente, publicó en 2006 un        libro titulado en español Sobre la verdad (Paidos, 2007). Antes, Frankfurt        también había desarrollado una simpática teoría sobre la charlatanería (On        bullshit) que tuvo cierto éxito editorial. El autor, como todos los        filósofos, se hace preguntas; por ejemplo: ¿Para qué sirve la verdad? y        ¿Por qué la verdad es importante? Y responde que "… en muchas ocasiones,        la verdad posee una gran utilidad práctica" Más que eso: una infinitamente        proteica utilidad. La historia de la humanidad ha puesto de relieve que        los grados más elevados de civilización dependen del respeto consciente        por la importancia de la honestidad y de la claridad a la hora de explicar        los hechos, y de un persistente afán de precisión a la hora de determinar        qué son los hechos.
Harry G. Frankfurt, profesor de filosofía en        Princeton, al que admiro sin conocerlo personalmente, publicó en 2006 un        libro titulado en español Sobre la verdad (Paidos, 2007). Antes, Frankfurt        también había desarrollado una simpática teoría sobre la charlatanería (On        bullshit) que tuvo cierto éxito editorial. El autor, como todos los        filósofos, se hace preguntas; por ejemplo: ¿Para qué sirve la verdad? y        ¿Por qué la verdad es importante? Y responde que "… en muchas ocasiones,        la verdad posee una gran utilidad práctica" Más que eso: una infinitamente        proteica utilidad. La historia de la humanidad ha puesto de relieve que        los grados más elevados de civilización dependen del respeto consciente        por la importancia de la honestidad y de la claridad a la hora de explicar        los hechos, y de un persistente afán de precisión a la hora de determinar        qué son los hechos. 
       Vayamos al grano. Un señor llamado Lorenzo, que no es mi amigo y de        cuyo nombre no quiero volver a acordarme, ha repetido cuatro años más        tarde, y en el mismo periódico, un artículo con idéntico contenido, letra        por letra, y diferente título. Ahí está la cuestión. Si en 2006 el trabajo        se encabezó como La irresponsabilidad social de la empresa, en 2010 el        autor lo ha llamado La responsabilidad social de la empresa. Y ambos        artículos son exactamente iguales, de principio a fin, salvo el título. Ni        siquiera hay una llamada que alerte al lector de la similitud de textos,        cosa que podría ocurrir y hubiera sido decente. Podríamos añadir "sin        comentarios", aunque cabrían muchos y muy malvados porque me temo que esta        práctica es relativamente habitual, además de consentida por quienes        deberían de velar para que estas cosas no pasen. Por ejemplo, y entre        otros, el propio firmante del artículo que, para más INRI, es miembro del        Consejo Editorial del periódico económico concernido. Por cierto, que un        servidor ya criticó el artículo original (?) de D. Lorenzo hace cuatro        años. Entre otras cosas, porque su autor, como buen ideólogo, convertía        sus discutibles y abruptas opiniones sobre la Responsabilidad Social en        verdades absolutas.
       Y uno recuerda que los antiguos sofistas eran maestros de retórica que        enseñaban el arte de analizar los sentidos de las palabras como medio de        educar e influir sobre los ciudadanos. Hoy, los sofistas (como nuestro        fullero articulista) se valen de sofismas que, según el diccionario de la        Academia, son razones o argumentos aparentes con los que se quiere        defender o persuadir lo que es falso.
       Vade retro. No quiero ser, ni parecer, un moderno sofista, pero sí        reflexionar  sobre un concepto que me preocupa y me inquieta: la        necesidad/conveniencia de extender políticas de actuación socialmente        responsable a todas las organizaciones. Porque no sólo de empresas se        trata. La necesidad de un quehacer cabal y responsable es exigible en        estos tiempos a empresas y a todo tipo de organizaciones. El compromiso no        es tarea exclusiva de las sociedades con ánimo de lucro, sino también de        asociaciones, grupos e instituciones; y la solidaridad una obligación        común. Las empresas "sólo" representan, aproximadamente, el cincuenta por        ciento del PIB mundial y, como no podemos olvidarnos del resto de la tarta        y del conjunto del tejido social, por eso -precisamente- convendría que        habláramos cada vez más de RSO, Responsabilidad Social de las        Organizaciones; de todas, sean empresas, universidades, instituciones,        grupos sociales, sindicatos, organizaciones empresariales, tercer sector,        agrupaciones, ONG, etc. Aquí nadie puede tener patente de corso y escurrir        el bulto porque a todas y a cada una les cabe la obligación, además de        cumplir con su deber, del compromiso solidario y del comportamiento ético        y transparente, que es lo que la ciudadanía exige y, sobre todo, merece.        El hombre, y las organizaciones que crean los seres humanos, deberían        afanarse en buscar la perfección, descubrir puntos de encuentro comunes y        desarrollar de consuno proyectos que aprovechen a todas las partes. Ese es        el futuro…
       Nos guste o no, una realidad llamada multilateralidad ha llegado hasta        nosotros (Yes we can, decía Obama) para instalarse y para hundir sus        raíces como valor a tener en cuenta en un mundo que es plural, diverso y        multicultural. Cada vez más, son necesarias las políticas que abrazan la        diversidad, también en las empresas. Y la diversidad no exige sólo un acto        de tolerancia, sino también la afirmación de las diferencias por sí mismas        y como forma de facilitar un sentido de la solidaridad y de lo compartido.        Las alianzas (incluso las público-privadas) son el puente que hoy acerca        la RS a la necesaria mejora de nuestra competitividad.
        
       Cuando aprendamos a decir de nuestros semejantes "somos como ellos" en        lugar de  "son como nosotros", nos daremos cuenta de que la        diversidad es algo más que una filosofía del "vive y deja vivir"; y que el        diálogo, como decía Camus (y muchos más con él), sólo es posible entre        personas que no dejan de ser lo que son y que dicen la verdad, o la buscan        juntos para compartirla.
        
       Sin verdad, y en su ausencia, el hombre y la humanidad se agotan y se        enajenan porque -lo escribió Machado- "algo inmortal hay en nosotros que        quisiera morir con lo que muera".
       Juan José Almagro