jueves, mayo 16, 2013

responsabilidad social

RESPONSABILIDAD SOCIAL CORPORATIVA. REFLEXIONES GENERALES Y SU IMPACTO EN EL SECTOR LEGAL I...

Autora: Elisabeth de Nadal. Socia-responsable RSC de Cuatrecasas Gonçalves Pereira

El objetivo de este artículo no va más allá de compartir unas reflexiones básicas sobre la aproximación a la responsabilidad social de las empresas y su enfoque en el sector legal, reflexiones que nacen de las vivencias y lecturas de la autora y que con gusto se someten a debate y crítica. Sin entrar en debates sobre su mejor denominación, en estas páginas emplearé la terminología "responsabilidad social corporativa" (en adelante en su acrónimo "RSC").

¿Qué es RSC? A menudo hablamos de la RSC desde algunos equívocos, no tanto porque el error sea de uno mismo, sino más bien porque la propia concepción de la RSC es dinámica y su puesta en práctica y su motivación última es cambiante en el tiempo y para cada empresa. En términos muy generales, podríamos decir que hablar de RSC es hablar de gestionar el negocio teniendo en cuenta los intereses de aquellos que, de un modo u otro, se ven afectados por la actividad de la empresa: los denominados grupos de interés (o stakeholders en terminología inglesa).

Podemos encontrar muchas definiciones de RSC. El Libro Verde de la Comisión de la UE (Libro Verde para fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas, de 18 de julio de 2001 (COM(2001) 366 final) define la RSC como: "La integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores.

En España, el "Foro de Expertos de RSE" (Grupo de trabajo permanente constituido por el Gobierno español en 2005 e integrado por expertos representantes del sector público, el sector empresarial, organizaciones de la sociedad civil y de la Universidad) ha definido que: "la RSC se refiere a cómo las empresas son gobernadas respecto a los intereses de sus trabajadores, sus clientes, proveedores, sus accionistas y su impacto ecológico y social en la sociedad en general, es decir, a una gestión de la empresa que respeta a todos sus grupos de interés y supone un planteamiento de tipo estratégico que debe formar parte de la gestión cotidiana de la toma de decisiones y de las operaciones de toda organización, creando valor en el largo plazo y contribuyendo significativamente a la obtención de ventajas competitivas duraderas". 

Y para CSR Europe (Red empresarial europea constituida en 1995 para difundir la RSC en Europa y globalmente e integrada por 70 multinacionales y 36 organizaciones nacionales): "La responsabilidad social corporativa no constituye adición ni un acto de filantropía. Una empresa socialmente responsable es aquella que lleva adelante un negocio rentable, teniendo en cuenta todos los efectos ambientales, sociales y económicos –positivos y negativos- que genera en la sociedad".

¿Por qué la RSC? Las dimensiones del desarrollo: Más allá de las definiciones, creo que lo interesante es preguntarse por qué se habla de la RSC. A estas alturas de la historia en la Tierra y de la humanidad, seguramente la mayoría de nosotros coincidiremos en que el desarrollo no tiene solamente una dimensión económica, sino también una dimensión social y una dimensión medioambiental; y que no podemos hablar de un desarrollo completo si el valor económico se crea a costa de estas otras dimensiones. 

Este punto de partida, que me permito aquí dar por aceptado, conlleva aceptar que la empresa no es sólo una institución económica, sino que tiene también una dimensión social: su comportamiento no sólo crea (o destruye) valor económico, sino que, asimismo, tiene efectos sobre su entorno social y medioambiental. A partir de esta idea surge el concepto de empresa como "ciudadano corporativo" con deberes y responsabilidades que van más allá de los legales. O dicho de otro modo, la función atribuida a la empresa ya no es solamente generar productos y servicios de calidad que cubran necesidades materiales concretas de los consumidores conforme a las leyes y a cambio de un precio y generando beneficios para los accionistas (es decir: creando riqueza estrictamente económica en su entorno); hoy a la empresa, como institución con una dimensión social, se le pide algo más: que cumpla su función económica sin dañar y, además si puede, creando valor para la sociedad de hoy y la de mañana. 

Es decir, esta perspectiva exige que la empresa cree valor económico sin dañar el entorno en el que opera, e incluso más: aportando valor social a su entorno. Y eso no es poco en los tiempos que nos azotan. De ahí que se alcen algunas voces, sino disidentes, sí críticas frente a un planteamiento que añade obligaciones y costes percibidos como ajenos a los objetivos y resultados económicos de las empresas, y ello sobre la base de criterios morales y éticos. 

RSC y eficiencia: Por ello, y afortunadamente, se han ido alzando voces fundadas que tratan de reconciliar la perspectiva más economicista con la que se basa en una concepción estrictamente ética de la RSC. 

Hoy sabemos que los clientes son sujetos de evaluación más que sujetos de consumo. Es decir, el cliente ya no juzga a la empresa siempre ni solamente por el precio y la calidad del servicio o producto que adquiere de ella, sino también por el comportamiento de la empresa en la sociedad y su entorno. Y no solo el cliente y el mercado entendidos como agentes estrictamente económicos, también los recursos humanos y el entorno social. 

Admitamos que cada empresa conoce (o debería conocer) cuáles son sus riesgos y cuáles son sus retos en el actual entorno global y cambiante. Admitamos además que todas tienen necesidad de adaptarse al entorno de cada momento, innovar, atraer y retener talento, dar valor añadido al producto o servicio ofrecido, competir mejor y construir y gestionar la reputación empresarial. 

Ya hace algún tiempo que oímos de planteamientos que, frente a dos visiones en cierto modo polarizadas (visión estrictamente económica de la empresa versus una visión esencialmente basada en los deberes morales o éticos de la empresa como "ciudadano corporativo"), proponen una visión estratégica de la RSC: la RSC como parte de la gestión eficiente de la actividad económica. Si partimos de que una organización es eficiente cuando consigue satisfacer las expectativas y necesidades de la gente, podemos concluir que hoy "gente" no es solamente el cliente o el accionista, sino también todos aquellos otros sujetos de evaluación de la eficiencia: los empleados, los acreedores y proveedores, el entorno social y el medioambiental en el que la empresa opera. Cuando la empresa actúa en base a un comportamiento de eficiencia global es cuando hablamos de empresa responsable. Y así hoy, el concepto de "excelencia" o de "eficiencia global" se sitúa en criterios de satisfacción de los intereses no sólo de alguno o algunos sino de todos los grupos de interés de la empresa. A modo de ejemplo: el modelo EFQM de Excelencia (European Foundation for Quality Management) señala que "la excelencia consiste en alcanzar resultados que satisfagan plenamente a todos los grupos de interés de la organización".

Pero no nos engañemos. Aún hay resistencia a reconocer que el mercado y la sociedad demandan un comportamiento socialmente responsable a las empresas. Desde un punto de vista estrictamente económico se dice que, sólo si hay demanda explícita en el mercado habrá comportamiento responsable en la empresa que opera en él ("doing good for doing well"). Y frente a estas tesis, se apela al sentido y convicción ético para contrarrestar una visión tan economicista de la RSC ("doing good for doing good"); pero incluso desde la primera posición habrá que reconocer que los tiempos empujan a reconocer que, en mayor o menor medida, la demanda de un comportamiento socialmente responsable existe y, por tanto, la empresa que quiera sostenerse en el tiempo, deberá dar alguna respuesta a esta demanda. 

Y es que, aunque a menudo sea a través de un comportamiento reactivo más que proactivo, el mundo empresarial reconoce que existen crecientes grupos de presión que afectan a la reputación y competitividad de las empresas. Así a través de organizaciones diversas (Change.org; Greenpeace, Amnistía Internacional o Intermon-Oxfam por poner sólo algunos ejemplos), las políticas medioambientales y laborales, los procesos de producción y demás aspectos del negocio de las empresas y sus efectos sociales, son objeto permanente de escrutinio y denuncia pública, causando efectos en los consumidores, el mercado y la sociedad en general. Ejemplos de ello los tenemos en la denuncia de la explotación infantil en talleres subcontratados por empresas como Nike, el uso de materiales tóxicos en la producción de la industria textil, o la reciente campaña "Tras la marca" de Intermón-Oxfam que evalúa el impacto social y medioambiental de diez grandes empresas de alimentación y bebidas en el sistema alimentario mundial.

De la motivación reactiva a la creación de valor compartido: El riesgo de adoptar una visión reactiva en materia de RSC es que las políticas y actuaciones que la empresa emprenda se conviertan en un puro ejercicio de control de riesgo y de minimización de daños, o en una campaña de marketing o comunicación. Cuando la RSC es fragmentada y está alejada y desconectada de la estrategia del negocio, corre dos peligros: (1º) el de ser percibida externamente como un ejercicio cosmético y (2º) el de ser percibida por los accionistas y directivos como obligaciones y costes añadidos cuyo retorno no se conoce y, por tanto, con efectos negativos en la cuenta de explotación. Ambas circunstancias harán insostenibles las políticas y acciones de RSC a medio plazo. 

De ahí que surjan propuestas de concebir y motivar la RSC desde una aproximación explícita que la integre como parte de la estrategia de negocio, convirtiéndola en una herramienta para innovar, adaptarse y ganar en ventajas competitivas. Esto es factible desde la aceptación de los siguientes presupuestos: (1º) entender que negocio y sociedad están interrelacionados ("I can do well only if my entourge is doing well") y (2º) entender que las políticas y acciones con valor social pueden tener también valor para la actividad de la empresa ("by doing good I can do well"). 

Esta línea de pensamiento y estudio trata de demostrar que actuar responsablemente deja de ser una "deuda" para transformarse en algo estratégico que crea un valor compartido por la sociedad y la actividad de la empresa. El reto subyace en poner en valor la RSC de cada empresa integrándola en el negocio mismo, para que forme parte de él y su desarrollo. El concepto de "valor compartido" se refiere a las políticas y prácticas que impulsan la competitividad de la empresa a través de la influencia positiva en las condiciones económicas, sociales y medioambientales del entorno en el que opera. La idea de "creación de valor compartido" pone su foco en identificar y expandir las conexiones entre progreso social y económico. 

Esta nueva perspectiva ha sido impulsada por Michael E. Porter y Mark R. Kramer ya desde 2006, pero más especialmente en su artículo 'The Big Idea: Creating Shared Value' (Harvard Business Law Review, Enero 2011), en el que abogan por superar la concepción fragmentada de la RSC y la filantropía corporativa con conexiones limitadas con el negocio (la empresa como ciudadano corporativo con un deber de minimizar los efectos de su actividad en el entorno social), para caminar hacia una nueva manera de alcanzar el éxito empresarial. En la práctica supone abandonar políticas basadas en "acciones compensatorias" y e instaurar políticas de creación de valor para la empresa a través de la creación de valor social.


Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
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Proyectos de traslado de agua en carrera

 Proyectos de traslado de agua en carrera
Se trata de dos propuestas que consideran tomar el agua de los ríos más caudalosos del sur del país, entre ellos, Biobío, Maule y Rapel.
16/05/13

(Sustentare- Revista MCH) En todo el mundo, la economía en aumento y el crecimiento de la población tienen un impacto directo en la disponibilidad de agua, aumentando la presión por este recurso, cada vez más escaso. Pero puntualmente en Chile, más que un déficit hídrico existe una carencia de infraestructura, ya que según datos entregados por la Dirección General de Aguas (DGA) el 84% del recurso hídrico disponible en regiones con aptitud de riego se vierte en el mar.

En Chile, y durante los últimos años, varias zonas del país han visto incrementados los efectos de la sequía, lo cual ha llevado a declarar 108 comunas en situación de emergencia agrícola y varios proyectos industriales han visto en riesgo su viabilidad. Ante esta situación, se han inyectado importantes recursos para la siembra de nubes, se han infiltrado napas y construido embalses, y en marzo de este año, en el marco del Water Week Latinoamérica, se anunció una carta de navegación que concentrará todas las iniciativas en pos del agua, como es la Estrategia Nacional de Recursos Hídricos impulsada por el Ministerio de Obras Públicas. 

La ministra del ramo, Loreto Silva, indicó que "para nadie es novedad que nuestro país enfrenta una dura sequía. Es justamente en esta línea que se enmarca el primero de los cinco ejes de la Estrategia Nacional de Recursos Hídricos: enfrentar la escasez hídrica, para lo cual planteamos incrementar en un 30% la capacidad de embalsamiento hacia la próxima década y generar nuevas fuentes de agua a través de la desalación, la infiltración u otras alternativas".

Paralelamente, múltiples iniciativas privadas han salido a la cancha, como es el caso de las plantas desaladoras financiadas por compañías mineras o empresas sanitarias, así como dos proyectos de traslado de agua desde el sur al norte de Chile para suplir la demanda de sanitarias, mineras y agricultura. Se trata de los proyectos "Vía Hídrica del Norte de Chile" y "Aquatacama: la carretera del agua de Chile", los cuales apuntan al mismo objetivo: mejorar el abastecimiento de agua a las zonas del norte del país, de manera de incrementar las inversiones mineras, turismo, agricultura, entre otras actividades. 

Ambos proyectos se encuentran presentados al Ministerio de Obras Públicas, a la espera de comenzar los estudios complementarios. 

Las iniciativas presentadas
AQUA ATACAMA

El proyecto "Aquatacama: la carretera del agua de Chile" pertenece a Vía Marina, empresa filial del grupo francés Vinci. Este contempla un monto de inversión de US$15.000 millones para un caudal de 60 m3/s y se caracteriza porque su ruta es submarina. 

El agua la toma desde la desembocadura de varios ríos, "luego que todos los dueños de derechos de aguas usaron el recurso", señala Félix Bogliolo, Founding partner & chairman Managing Committee de Vía Marina.

El proyecto consiste en la instalación de tuberías que tienen un diámetro de cuatro metros y la mayoría del trayecto iría bajo el mar paralelo a la costa. El método de construcción contempla conexiones con obras similares a los emisarios de aguas servidas de las ciudades costeras. "Se trata de técnicas tradicionales de los pipelines petroleros o cables submarinos", explica Bogliolo.

Agrega que el costo del traslado del agua es de 0,7 US$/m3 y el consumo de energía es de 0,9 kWh/m3. En relación con el consumo de energía, indica que existen sinergias con ERNC. "Se puede utilizar el sobrante de la producción sobre la demanda para subir el recurso hídrico a reservorios que sirven a la vez de almacenamiento de agua y de energía que se generará para cubrir el déficit de producción sobre la demanda", puntualiza.

Consultado por el riesgo sísmico, afirma que como se trata de una tubería flexible a aproximadamente 100 m de profundidad y no anclada, "no está afecta a contingencias sísmicas". 

VIA HÍDRICA DEL NORTE DE CHILE

El proyecto "Vía Hídrica del Norte de Chile" es promovido por el consorcio chileno-español Euro Engineering Group (EEG). La empresa ha realizado su estudio de viabilidad para satisfacer las necesidades para el consumo humano, para la minería y para la agricultura, habiendo estimado un volumen del caudal necesario de 25 m3/seg. 

La iniciativa, que contempla una inversión de US$10.000 millones, consiste en una tubería que tiene por objetivo captar agua de los ríos Biobío, Maule y Rapel, para luego transportarla hacia la zona norte, llegando hasta la Región de Arica y Parinacota. Además, permitiría suministros de agua en las zonas a su paso. 
La longitud de la tubería (que podrían ser dos tuberías en algunos tramos) es superior a 2.400 kilómetros, y tendría un diámetro variable de entre cuatro y dos metros.

Para el suministro eléctrico del sistema de elevación de agua se ha previsto el uso de energías renovables mediante la instalación de plantas termosolares con sales fundentes de nitrato de sodio, que aportan energía continua, y plantas hidroeléctricas, que generarían energía en el norte, disponible para otros usos.

Según Antonio Domínguez, gerente técnico de BAG Ingenieros Chile, esta solución contribuye a la recarga de acuíferos y a la regeneración de humedales, actuando así de barrera efectiva contra la desertificación en toda el área cubierta. "Además, permite una mayor flexibilidad en la incorporación de nuevos puntos de consumo al sistema con un coste mínimo", señala. 

Fuente/ Sustentare- Revista MCH 

Fuente:

Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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